Muchas son las obras del cine, el teatro y la literatura que sin tapujos ni enmascaramientos han denunciado pasajes de la historia y del pensamiento que han intentado someter a personas e ideas por el simple factor de contradecir lo establecido y pretender abrir la mente a un futuro mejor cuyo máximo exponente tiene en la libertad su valor más preciado.
En su narrativa han elaborado escenas en las que los dos mundos se enfrentan y el protagonista construirá un arrebato para argumentar con la fuerza de la razón los motivos que le llevan a defender una causa justa y libre. Es el mensaje que, aunque pueda parecer demasiado transparente y moralizador, nunca nos deja indiferentes, a pesar de las diferentes interpretaciones sometidas a la época de realización o bajo un punto de vista más moderno. En cualquier caso todo parece indicar con la perspectiva del tiempo que la experiencia ni se aprende ni se hereda y si algún valor prevalece es la integridad, aunque muy pocos entiendan lo que representa.
Un
Hombre para la eternidad ( A Man for All Seasons) GB, 1966
D: Fred
Zinnemann. Escrita por Robert Bolt, con Paul Scofield (Moro) y Robert Shaw
(Enrique VIII)
Para divorciarse de su esposa Catalina de Aragón (hija de los
Reyes Católicos y tía del emperador Carlos V) y contraer matrimonio con Ana
Bolena, Enrique VIII (1509-1547) trata de obtener el apoyo de la aristocracia y
del clero. Sir Thomas Moro, uno de los más notables humanistas europeos ferviente católico y hombre de confianza del
monarca, se encuentra en una encrucijada: ¿debe actuar de acuerdo con su
conciencia, arriesgándose a ser tachado de traidor y ejecutado, o debe ceder
ante un rey que no tiene ningún reparo en adaptar la ley a sus necesidades?
La decisión del rey de no obedecer a Roma y reformar la iglesia anglicana con
el rey como máximo mandatario para establecer las leyes eclesiásticas a su
interés y anular su matrimonio con Catalina y casarse con Ana Bolena, fue uno
de los mayores hitos de la historia de Inglaterra.
En la
sala de juicio ante un nutrido grupo ciudadanos, los tres miembros del tribunal
y doce asustados jurados masculinos, se dicta la culpabilidad de Sir Thomas Moro,
sentado en una silla. El presidente del tribunal se levanta:
Presidente:
Sir Thomas Moro habéis sido considerado culpable de alta traición. La sentencia
del tribunal es…
Thomas:
Señores, cuando yo ejercía el derecho, antes de pronunciar sentencia se preguntaba
al acusado si tenía algo que alegar.
Presidente:
¿Tenéis algo que alegar?
Thomas:
Sí (se levanta). Ya que el tribunal ha determinado condenarme, Dios sabe como
estoy dispuesto a descubrir mi pensamiento sobre la nueva ley y el título de su
majestad. Dicho título está basado en una acta del parlamento que repugna en
esencia e integridad a la ley de Dios y a la santa iglesia, cuyo supremo
gobierno ninguna persona temporal por muchas leyes que dicte, puede asumir. Ese
gobierno fue dado por boca de nuestro salvador Jesucristo a San Pedro y a los
obispos de Roma mientras vivía. Y estaba personalmente presente aquí en la
tierra. Es por tanto, insuficiente una ley que obligue a los cristianos a
desobedecerle. Y más aún, la inmunidad de la iglesia está prometida tanto en la
carta magna como en el juramento de coronación del rey. Yo soy fiel súbdito del
rey. Y pido por él y por el reino. No hago daño a nadie. Ni hablo mal. Ni
pienso mal. Y si esto no es suficiente para dejar a un hombre con vida,
entonces no deseo vivir. Sí, no es por esa supremacía por lo que me quitáis la
vida, sino porqué no me inclino ante ese matrimonio.
Sus últimas palabras antes de que se le cortara
la cabeza, fueron:
Thomas:
El rey me ha ordenado que sea breve y puesto que soy fiel súbdito, breve he de ser. Muero como humilde servidor de su
majestad, pero primero de Dios.
Tras la
ejecución de Thomás Moro, el siguiente en ser ejecutado también por alta traición
fue su principal acusador, el primer ministro Cromwell. Pero antes fue
ejecutada la reina Ana Bolena para que el rey se casara con Jane Seymour.