La mezcla de técnicas de
propaganda con las propias de la información han derivado en una vía peligrosa
en la que el objetivo es conseguir grandes audiencias o seguidores para que
actúe de anzuelo a las inversiones publicitarias que buscan, en un periodo de
multiplicación de medios, algunos soportes que ofrezcan cantidad de posibles clientes,
sin importar sobre qué contenidos se fundamenta. También es verdad que se
aprovecha la fisura que representa en el público una cierta crisis de valores o
una excesiva dependencia hacia opinadores que cocinan la información a su gusto
sin importar el principio de veracidad. Es tiempo de mentiras y si son
permitidas es porque alguien está en disposición de creerlas. Las técnicas totalitarias
de propaganda ya practicaban con un cierto éxito la propagación de la mentira
de manera sistemática, si bien los medios de la época, primer cuarto del siglo
XX, se circunscribían a la prensa y a los panfletos. Más adelante la radio ya
se ganó el respeto como gran medio y sobre ella se lanzaron los manipuladores.
La propaganda nazi encumbró a la mentira como su mejor arma hasta el punto de
establecer una sentencia categórica que ha llegado hasta nuestros días:”una
mentira repetida mil veces, se convierte en verdad”. Conocemos el nombre de su
artífice pero no vamos a hacerle propaganda.
Alguien ha llegado a
confundir la técnica para criticar a la publicidad y nada más lejos de la
realidad, porque una mentira descubierta en el producto publicitado, llega a
producir tal rechazo en el usuario/comprador que puede hundir el producto. Los publicistas
lo saben de siempre y por ello se han guardado bien de diferenciar la
publicidad de la propaganda para que nadie ose confundirles. Como ejemplo las
campañas electorales que han acuñado la
denominación publicidad electoral como un eufemismo de la propaganda y para
decir entre líneas que no se trata de publicidad y por ello cabe esperar
cualquier cosa.
Donde ha llegado la
sentencia antes indicada es en el tratamiento de la realidad, efectuada en
algunos casos por protagonistas de la vida real o a sus informadores.
Periódicos o medios afines a ideologías o a sectores de poder político, social,
económico o deportivo, no tienen vergüenza en hacer pasar por información la
más burda de las mentiras, y por si no fuera suficiente, manipular materiales
visuales para que con la coartada de la representación de la realidad que tiene
la imagen, favorecer y apoyar las infamias y calumnias. Seguimos en lo mismo,
ello no existiría si no hubiera público para seguir y creer en determinadas
mentiras. Ciertos límites en la adquisición y criterio sobre la información, les
hace vulnerables a las malas intenciones, mucho más infames cuando provienen
del mundo de la información que sin tener que ser garantes de la objetividad,
sí lo han de ser de la honestidad informativa. Y cuando son varios los medios,
que sin necesidad de una puesta en común, reman hacia el mismo objetivo y son
altavoces de mucha cobertura, consiguen un público cautivo.
La sofisticación en los
últimos tiempos es lo que se denomina narración. No basta sólo en repetir una
mentira mil veces, sino en darle un relato que se mantenga firme a lo largo del
tiempo. El público se siente más receptivo y es más manipulable. Y si persiste
a lo largo del tiempo, puede llegar a crear historia. O, ¿acaso no es el relato
de la historia lo que nos emociona más que los propios hechos, aunque no sean
ciertos? Si ello ha sucedido con nuestra historia pasada, ¿por qué no aplicarlo
en el presente? La mentira repetida mil veces no es suficiente. Falta
envolverla en un relato construido como si fuera ficción. Y, sobre todo, no
renunciar, por mucho que la realidad nos desenmascare. Tanta insistencia nos
dará la razón, y si no es ahora, puede que dentro de mil años. Y, ante todo,
debemos ser gente sin escrúpulos.
Hay otra verdad en los
atentados de Atocha y no hay que buscar en desiertos lejanos.
Las armas de destrucción
masiva han sido ocultadas para no revelar conspiraciones internacionales.
Los arbitrajes son dirigidos para beneficiar a un equipo.
En Catalunya se persigue a los castellanohablantes y a los
niños se les castiga si no hablan catalán.
La corrupción es un acto
reflejo del ser humano y los políticos no deben pagarlo en las elecciones, como
seres humanos que también son.
Catalunya no quiere ser
solidaria con el resto de España, manipula las balanzas fiscales y se queda con
todo el dinero.
La inmigración hace aumentar la delincuencia y se beneficia de las subvenciones.
La inmigración hace aumentar la delincuencia y se beneficia de las subvenciones.
La pérdida de ciertas
libertades favorece nuestra seguridad.
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No busquemos en la
mentira aislada, sino en su relato. Y a su autor.