Muchas son las obras del
cine, el teatro y la literatura que sin tapujos ni enmascaramientos han
denunciado pasajes de la historia y del pensamiento que han intentado someter a
personas e ideas por el simple factor de contradecir lo establecido y pretender
abrir la mente a un futuro mejor cuyo máximo exponente tiene en la libertad su
valor más preciado.
En su narrativa han
elaborado escenas en las que los dos mundos se enfrentan y el protagonista
construirá un arrebato para argumentar con la fuerza de la razón los motivos
que le llevan a defender una causa justa y libre. Es el mensaje que, aunque
pueda parecer demasiado transparente y moralizador, nunca nos deja
indiferentes, a pesar de las diferentes interpretaciones sometidas a la época
de realización o bajo un punto de vista más moderno. En cualquier caso todo
parece indicar con la perspectiva del tiempo que la experiencia ni se aprende
ni se hereda y si algún valor prevalece es la integridad, aunque muy pocos
entiendan lo que representa.
EL MANANTIAL (The
fountainhead)
Dirigida por King Vidor.
EEUU. 1949. Con Gary Cooper (Howard Roark) y Patricia Neal (Dominique Francon).
Guión de Ayn Rand de su novela del mismo título.
Howard Roark lucha por su integridad individual frente a
una sociedad que desea destruirle por sus ideas innovadoras, creativas y
desafiantes sobre la nueva arquitectura que sigue anclada en los
convencionalismos y en el conformismo. Aquel que ose enfrentarse al sistema
político y social sucumbirá al poder de los mediocres. Howard estará dispuesto
a sacrificar el amor por ser fiel a su ideal. Acusado de destruir un complejo
arquitectónico por no haber respetado su diseño original, se enfrentará a un
tribunal que deberá juzgar sus intenciones bajo la presión de una sociedad alborotada por el poder
conservador.
Es el momento del
arrebato de Howard Roark frente al tribunal y ante un público hostil. La mirada
fiel de su amada, Dominique Francon, será su mejor apoyo. Su única esperanza,
su discurso.
Howard Roark: “Hace
millones de años, un hombre primitivo descubrió cómo hacer fuego. Probablemente
fue quemado en la hoguera que enseñó a encender. Pero les dejó un regalo que
ellos no habían concebido y alejó la oscuridad de la tierra. A lo largo de los
siglos, hubo hombres que abrieron nuevos caminos armados únicamente con su
propia visión. Los grandes creadores, pensadores, artistas, científicos,
inventores, estuvieron solos contra los hombres de su época. Cada nueva idea
fue rechazada, cada nuevo invento fue denunciado, pero los hombres con visión
de futuro siguieron adelante. Lucharon, sufrieron y pagaron, pero vencieron. A
ningún creador le impulsó un deseo de satisfacer a sus hermanos. Sus hermanos
odiaban el regalo que él ofrecía. Su verdad era su único motivo. Su trabajo era
su único objetivo. Su trabajo, no aquellos que lo usaran. Su creación, no los
beneficios que otros sacaran de ella, la creación que daba forma a su verdad.
Él sostenía su verdad contra todo y contra todos. Seguía adelante aunque otros
no estuvieran de acuerdo con él. Con su integridad como única bandera. No le
servía a nada ni a nadie. Vivía para sí mismo, y sólo al vivir para sí mismo
fue capaz de lograr las cosas que son la gloria de la humanidad. Esa es la
naturaleza del logro. El hombre no puede sobrevivir, excepto a través de su
mente. Llega a la tierra desarmado. Su cerebro es su única arma, pero la mente
es inherente al individuo. El cerebro colectivo no existe. El hombre que
piensa, debe pensar y actuar por sí mismo. La mente racional no puede funcionar
bajo ninguna forma de coacción, no puede subordinarse a necesidades, opiniones
o deseos de los demás, no es un objeto de sacrificio. El creador se mantiene
firme a sus opiniones, el parásito sigue las opiniones de los demás. El creador
piensa, el parásito copia. El creador produce, el parásito saquea. La
preocupación del creador es conquistar la naturaleza, la preocupación del
parásito es conquistar a los hombres. El creador necesita independencia, ni
sirve ni gobierna, se relaciona por libre intercambio y decisión voluntaria. El
parásito busca poder, quiere atar a todos los hombres en acción común y
esclavitud común. Ve al hombre como una herramienta para el uso de los demás,
que debe pensar como ellos, actuar como ellos y vivir abnegado y triste,
sirviendo toda necesidad, excepto la suya. Miren la historia. Todo lo que
tenemos, cada gran logro, ha salido del trabajo independiente de una mente
independiente. Cada horror y destrucción procede de los intentos de convertir a
los hombres sin alma ni cerebro, sin derechos personales, sin ambición
personal, sin voluntad, esperanzas o dignidad. Es un viejo conflicto. Tiene
otro nombre, lo individual contra lo colectivo. Nuestro país, el más noble de
la historia de la humanidad, se basó en el principio del individualismo, el
principio de los derechos inalienables del hombre. Un país donde un hombre era
libre de buscar su propia felicidad. Ganar y producir, no rendirse y renunciar.
Prosperar, no morirse de hambre. Lograr, no saquear. Tener como mayor posesión
su sentido de valor personal y como mayor virtud, su respeto hacia sí mismo.
Miren los resultados. Eso es lo que los colectivistas les están pidiendo que
destruyan, como ya se ha destruido parte de la tierra.
Yo soy arquitecto, sé lo
que vendrá por las bases de lo que se construye. Estamos llegando a un mundo en
el que no puedo permitirme vivir. Mis ideas son de mi propiedad. Me las
quitaron por la fuerza, violando un contrato. No se me permitió apelar. Creían que
mi trabajo pertenecía a otros para hacer lo que quisieran, que tenían un
derecho sobre mí sin mi consentimiento, que mi deber era servirles sin
alternativa o recompensa. Ya saben por qué dinamité el edificio. Yo lo diseñé.
Yo lo hice posible. Yo lo destruí. Acepté diseñarlo con el fin de verlo
construido como yo quería. Ése fue el precio que le puse a mi trabajo. No me
pagaron. Mi edificio fue desfigurado por los que se beneficiaron de mi trabajo
sin darme nada a cambio. He venido aquí a decir que no reconozco el derecho de
nadie a un minuto de mi vida, ni a ninguna parte de mi energía, ni a ningún
logro mío. No importa quién lo reclame. Tenía que ser dicho. El mundo está
pereciendo en una orgía de sacrificio. He venido para ser escuchado en nombre
de todos los hombres independientes que hay en el mundo. Yo quería plantear mis
ideas. No quiero trabajar ni vivir bajo otras ideas. Defiendo por convicción el
sagrado derecho del hombre de vivir con libertad de elección”.
¿Veredicto?