Muchas
son las obras del cine, el teatro y la literatura que sin tapujos ni
enmascaramientos han denunciado pasajes de la historia y del pensamiento que
han intentado someter a personas e ideas por el simple factor de contradecir lo
establecido y pretender abrir la mente a un futuro mejor cuyo máximo exponente
tiene en la libertad su valor más preciado.
En su
narrativa han elaborado escenas en las que los dos mundos se enfrentan y el
protagonista construirá un arrebato para argumentar con la fuerza de la razón
los motivos que le llevan a defender una causa justa y libre. Es el mensaje
que, aunque pueda parecer demasiado transparente y moralizador, nunca nos deja
indiferentes, a pesar de las diferentes interpretaciones sometidas a la época
de realización o bajo un punto de vista más moderno. En cualquier caso todo
parece indicar con la perspectiva del tiempo que la experiencia ni se aprende
ni se hereda y si algún valor prevalece es la integridad, aunque muy pocos
entiendan lo que representa.
FURIA (Fury)
Dirigida por Fritz
Lang. EEUU. 1936. Con Spencer Tracy (Joe Wilson) y Sylvia Sidney (Katherine
Grant). Guión de Bartlett Cormack y Fritz Lang sobre una historia de Norman
Krasna.
Joe Wilson. Un hombre
encarcelado por equivocación, que debería haber muerto en un incendio provocado
por una sanguinaria masa, consiguió sobrevivir. Para todos es un hombre muerto.
Joe intentará que los que le iban a linchar corran con la misma suerte de la
que él milagrosamente escapó. En la sombra, utilizando a sus hermanos y
ocultando la verdad a su desconsolada prometida, consigue que se celebre el juicio contra los 22
ciudadanos identificados en el linchamiento por los noticiarios. Cuando el
veredicto está cerca, su novia descubre la verdad y le pide que aplaque su furia
y atienda a su conciencia de hombre justo.
Juez: Señoras y
señores del jurado, ¿se han puesto de acuerdo sobre el veredicto?
Miembro del jurado:
Sí, señoría.
Juez: Entreguen el
veredicto al alguacil.
Secretario (lee el
veredicto): Nosotros el jurado, en el caso del pueblo contra los demandados por
el asesinato de Joseph Wilson se resuelve del siguiente modo. Jasper Anderson,
inocente. Gilbert Clark, inocente. Richard Durkin, culpable. Walter Dubbs,
culpable. Kirby Dawson, culpable. Frederick Garret, culpable. Walter Gordon,
culpable.
Walter Gordon (se
levanta y protesta): ¡No, no! No lo soy. ¡Yo no! Soy inocente.
Se levantan los demás
acusados para protestar. Uno de ellos aprovecha el tumulto para huir por el
pasillo pero se detiene ante la fantasmagórica aparición de Joe Wilson, vivo
cuando todos le daban por muerto, que se acerca hasta la tribuna del juez.
Alguacil: ¡Orden en
la sala!
Joe Wilson: Señoría,
soy Joseph Wilson.
Juez: Siga.
Joe Wilson: Sé que al
venir aquí he salvado la vida de estas 22 personas. Pero no es la razón por la
cual he venido. No me importa salvarlos. Son unos asesinos. Sé que la ley dice
que no lo son porque yo aún estoy vivo. Pero esto no es su culpa. Y la ley no
sabe que muchas cosas que eran muy importantes para mí, cosas tontas, tal vez,
como creer en la justicia, y que los hombre son civilizados y un sentimiento de
orgullo de que mi país era distinto a los demás. La ley no sabe que esas cosas
se quemaron en mí esa noche. Hoy he venido aquí por mí mismo. No podía
soportarlo más. No podía dejar de pensar en ellos, día y noche. Y no me creí a
Katherine cuando dijo... Katherine es la mujer que iba a casarse conmigo. Tal
vez algún día cuando haya pagado por lo que he hecho, tendré la oportunidad de
empezar de nuevo. Y entonces tal vez...