22.6.10

José María Ricarte Bescós

Has muerto a los 77 años. Casi sin avisar, aunque tú dirías que es mejor así, porqué las malas noticias mejor de golpe y no poco a poco si el final va a ser el mismo. Pero estoy seguro de que hubieras preferido una muerte anunciada con el tiempo suficiente para ordenar tus papeles, o quizás, para rescatar en tu último aliento ese espíritu burlón que dejabas ir a cuentagotas y que se confundía casi siempre con una fina ironía.
Nos conocimos tardíamente y yo formé parte de los muchos ayudantes que entorpecían tus clases de creatividad a cambio de diálogo amable, profundo e inteligente, aunque a eso último, y a todo lo demás, ya te encargabas tu de poner en duda con algún que otro sarcasmo. Mutuas introversiones y una generación de por medio impidieron lo que se dice una reciprocidad más frecuente, pero aficiones cinéfilas,  circunstancias académicas y una cierta independencia hacia las cosas de palacio puntuaron con intensidad la relación, hasta el punto que cada nuevo encuentro era una complicidad más sobre un puñado de cosas. Por ello supe que tu currículum brillante en la publicidad y en la docencia universitaria era el éxito al que había llegado tu alter ego tras una vida de esfuerzo y sacrificio, y en esa trayectoria no sólo has dejado amigos y estudiantes que te lloran, sino también establecido paradigmas sobre la creatividad, empezando por teorizar que el concepto era asequible a todo el mundo, una forma de humanizar el conocimiento. Pero también que allí dentro había alguien más, un apasionado del cine que se había iniciado en la escritura de guiones y tras un periplo de juventud en la industria tuviste que elegir entre una vida incierta y apasionada o una vida más regulada. La publicidad te proporcionó una estabilidad que compaginaste durante años con el aire diferente de la enseñanza universitaria, y todos lo que te conocimos en uno u otro lugar no dudamos ni un momento que lo hacías con pasión, como así hubiera sido de elegir cualquier otro camino. Eras incapaz de hacer alguna cosa sin intensidad, y capaz de dotarlo de sentido si no lo tenía. Así es como todo el mundo te pedía cosas y tú, lo sabes, no sabías decir no. De vivir una placida jubilación a una de estresante. Hay cosas que matan y esa seguramente es una de ellas.
En una de nuestras últimas conversaciones sobre vida, cine y ficción  te insistí en que debías reservar tiempo de jubilación para desarrollar esa faceta de escritor que te permitiera revivir ese espíritu burlón para reflexionar sobre todo lo vivido, real o ficción, a través de ese tratamiento que tanto te gustaba, el más puro surrealismo sumado al filtro del humor. Asentías como valorando el poco tiempo que tenías, aunque ahora dirías que no esperabas que fuera tan poco.
En ese punto recuerdo como me contaste con tu peculiar estilo de buen narrador fragmentos de una película española, Amanece, que no es poco, que para ti era la más surrealista del cine sobre valores humanos, algunos diferentes, por ser españoles. Ahora sé que en el fondo hubieras suscrito muchas de sus escenas, como la que disertan el cura y el guardia civil sobre el libro albedrio; la reunión de las mujeres que sólo admiten a un hombre para que al final le puedan insultar libremente o los disparos del sargento de la guardia civil hacia el Sol porque éste había decidido aparecer por otro lugar.
La última vez que te vi fue un breve encuentro en el pasillo de la Facultad, nos abrazamos y quedamos en llamarnos para seguir debatiendo nuestros asuntos de escritor. Entraste en el ascensor y levantamos la mano con un gesto de hasta pronto. Las puertas se cerraron. No sé si subías o bajabas. Como tampoco que era la última vez que te iba a ver. A ti también, dirías.
Sí, José María, en realidad eras un independiente, un transgresor, un humorista, y un gran escritor. Espero que en algún lugar encontremos una muestra de ese verdadero José María que en varios momentos intuí. Si no es así, continuará siendo un secreto entre nosotros.
En cualquier caso, gracias por haberme considerado un amigo, aunque en este maldito momento no sé qué hacer con ello. Aunque sé que replicarías que son las cosas que tiene el libre albedrío.
Al hombre bueno, En tu recuerdo,
Amanece, que no es poco.